martes, 4 de mayo de 2010

Un esfuerzo

Tengo que hacer un esfuerzo. Acabo de llegar y ya me esfuerzo por seguir viendo el subte sucio, las calles llenas de porquería, los kioskeros. Un esfuerzo por acordarme de aquel volantero de 80 años repartiendo papelitos en Santa Fe, o de la tanguera de 20 pesos la foto en San Telmo, o de los cartoneros recorriendo colegiales a las 2 de la mañana. Ya casi no me acuerdo de las nenas con las remeras sucias a la salida del Patio Bulrich, ignoradas por la señora rubia y de ojos azules que se tomaba un taxi para ir a Belgrano, o del "gracias capo" del kioskero de callao sonriendo por el cambio. Esfuerzo para volver a ver a ese tipo con muletas que vendía bonobons en el tren a Tigre, o a los muchachos acodados en los bares de Liniers donde venden super panchos a 3 pesos. Dificil ya acordarme de aquel pibe en Amaicha que me pidió una moneda, y cuando le pregunté para qué me respondió para caramelos, y que se fue con una sonrisa de dientes podridos por la miseria. Hago un esfuerzo para acordarme de que hay lugares donde todo es un kilombo, donde las cosas cuestan mucho, y donde la gente no va bien vestida. Donde el metro está lleno de chicos bien chiquitos pidiendo monedas, y cuando cae la noche hay que fijarse donde deja uno la mochila, y hay que estar atento si se vuelve tarde al conurbano. Y hago un esfuerzo porque no quiero olvidarme.

Pero por suerte me acuerdo bien de otras cosas. Me acuerdo de todas las llamadas de conocidos que se convierten en amigos, de los mates con facturas a la tarde, de los asados y las sobremesas compartidas. Me acuerdo bien de aquella mina que se paró a explicarle a otra que el cajero no funcionaba, pero que había otro a dos cuadras, y de aquella chica que en el colectivo a Iruya se sentó al lado de la nena que se sentía mal por la altura. Y me acuerdo de los pibes de boca cantando en el colectivo a la salida de la cancha, después de ganarle a San Lorenzo, y del matrimonio de tucumanos en Purmamarca que me acompañaron a comprar humita. Me acuerdo de todas las puertas que me abrieron, de todas las casas donde estuve y donde siempre hubo aunque sea un mate para compartir. Menos mal, menos mal que recuerdo los abrazos, y a las miles de personas cantando Canción para mi muerte en el Luna Park, y las guitarreadas en Ramos con pizza y fernet. Y de los chicos ayudando en una mudanza, y de los libreros de la calle Corrientes, y los mozos haciendo un lugar en la pizzería Guerrin y del "buena suerte maestro" del taxista que me llevó al aeropuerto. Y de todos los mensajes de despedida y de vuelve pronto, y de mirar por la ventana en Ezeiza y tener la seguridad de que no me iba a ir nunca... Sospecho que todo esto va a ser muy difícil de olvidar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

ay... no se olvida nunca nunca nunca...ni aunque quieras se olvida...
me alegro de leerte
ana

Irene Benito dijo...

No tenés que olvidar nada. Los argentinos que dejaste nos vamos a encargar de que así sea amiguito.

Jaime_9_ dijo...

Euu, "Ricciar", nos tenemos que hacer un viaje de esos, eh!
Aunque sea de pocos días por Europa.
EL post es impresionante.

Un abrazo, capo, nos estamos viendo, pronto

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