El acento parece estar unido a la argentinidad más que cualquier otra cosa (exceptuando quizás la psicología). Parece que sin acento no hay argentinidad; es algo intrínseco en la idiosincrasia argentina, como los choripanes, el dulce de leche o Maradona.
Cada vez que alguien descubre que soy argentino me pasa lo mismo: Pero cómo, ¿y el acento? Y entonces me tengo que poner a explicar mis dos registros del castellano, mi historia personal, años y fechas y porquéses. La verdad es que ya estoy un poco hasta los cojones.
La gente pregunta de dónde eres, y quiere oír una sola respuesta. El nombre de un único país, ciudad o pueblo. Y en mi caso eso es imposible. Explicar de dónde soy me supone siempre un dolor de cabeza. Argentino, pero llevo mucho tiempo en Madrid; o llevo mucho tiempo en Madrid pero nací en Argentina. Elijan ustedes, a gusto del interlocutor.
Nací en Argentina y no hubo otro país en mi vida hasta mis diez años, cuando me vine a vivir a Madrid. Llevo por lo tanto muchos años viviendo en España, pero mi familia es argentina (incluidos dos abuelos españoles que vivieron toda su vida en aquel país), mi infancia es argentina, la música que me emociona viene de allí... He ido menos de lo que habría querido, pero cada vez que he estado allí me he sentido uno más. Igual que lo que me pasa en Madrid.
Llegué a Madrid de pequeño, y después de un tiempo el acento se me fue pegando. Al principio me molestaba que la gente no me entendiese (algún compañero me decía que les tratase de “tú” y no de usted, ya que por supuesto no usaba “vosotros”). Y no sé cuándo pero creo que un día decidí hablar como todos los demás, y entonces la gente empezó a entenderme sin problemas.
Pero esto era sólo de puertas hacia fuera. En casa seguí hablando como siempre (esto es, con acento argentino), y tanto fue así que los dos acentos empezaron a separarse como si fuesen dos idiomas diferentes. Empecé a diferenciar cada vez más los registros, y a saltar de uno a otro dependiendo de mi interlocutor. Algunos me llaman chaquetero, pero la verdad es que no puedo evitarlo: prefiero hablar en español con un español, y en argentino con un argentino. El acento parece crear una barrera o una diferencia en la actitud de las personas; los prejuicios y los clichés surgen entonces en todo su esplendor. Y la verdad es que me cago en los clichés.
El caso es que si me diesen a elegir no elegiría ningún sitio, y elegiría los dos. No voy a contestar una sola cosa cada vez que se me pregunte de dónde soy, porque sería mentira. Me manejo por igual en ambos registros lingüísticos, conozco bastante bien ambas culturas e idiosincrasias; en Argentina dan por hecho que soy argentino, en España no creen que no sea español.
¿Es posible ser de dos lugares a la vez? Quiero pensar que sí. ¿Por qué elegir cuando se puede tener tanto el dulce de leche como el jamón serrano?